miércoles, 2 de enero de 2019

Hugo Humildad

La pobreza la entiende el que pasó hambre. La desesperación después de pasados días sin poder comer un pedazo de pan.
Cuando era chico, Hugo se consideraba afortunado y dueño de muchas riquezas cuando podía tomar algo de sopa. Generalmente un poco de mate cocido y pan duro era su almuerzo.
Su viejita tenía cuatro hijos, solo a dos pudo mandarlos al colegio, entre esos él y Catia. Los más grandes salían a trabajar.
Sus mochilas eran unas bolsas de plástico transparente, que de vez en cuando obtenían cuando compraban del "kiosco", o sacaban fiado.
Hugo terminados sus estudios como maestro de primaria, caminaba horas para llegar a una escuela en medio de la nada. Pero podía comer con variedad, polenta con salsa, estofado, carne de vez en cuando, un lujo que lo hacía sentir pretencioso y despilfarrador.
Con su guardapolvo blanco inmaculado, trabajó hasta que lo trasladaron al centro.
En la primaria privada donde dió luego clases algunos niños fácilmente tiraban alguna galleta que no les hacía gracia, les gustaba competir por el tamaño de sus mochilas, o lo coloridos que eran sus útiles.

Hugo no pensó que una anécdota de su infancia pudiera llegar a calar profundo en alguno de aquellos niños, que al crecer lo recordaría con nostalgia, entendimiento y pasaba también por hambre.

Perséfone

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